Memorial a las y los Jóvenes de los 80's
Nada ni nadie está olvidado
Alejandro Pinochet Arenas
No tengo memoria del momento en que conocí al Jano, tal como me pasa con todos mis amigos del cerro Mesilla, siempre tengo la impresión que nací conociéndolos.
A pesar de que los años en que me incorpore a la lucha, representan una breve sinopsis de mi vida que se extiende entre 1982 y 1987, fueron los cinco años más extensos de mi vida, son tan densos, que el recuerdo de mis amigos y compañeros que ya no están, se me aparece vívidamente, persistentemente. Esta porción de tiempo densa y significativa, elásticamente copa mis recuerdos y mi memoria la representa como si hubiesen sido décadas.
Mi primer recuerdo “racional” sobre él Jano, es más bien indirecto, pues se refiera a su padre Don Froilán.
Fue una historia terrible que mi tío Gastón nos contó. El tío nos explicaba que en algún momento después del golpe mientras se dirigía a Mesilla en vehículo, desde la dependencia de la marina en donde trabajaba, observo que un caminante se dirigía en la misma dirección, era don Froilán, padre del Jano, había sido liberado de la prisión y la tortura, desde alguno de los barcos prisión que fondeaban en la bahía de Valparaíso, y desde donde algunos compañeros de esa época nunca regresaron a sus hogares.
Don Froilán avanzaba lento y temeroso hacia su hogar, mi tío se detiene y le ofrece llevarlo, imaginé a don Froilán sorprendido, temeroso y desconfiado ante el ofrecimiento de aquel marino, que era su vecino.
Don Froilán era sastre como mi papá, un hombre amable y reservado, pocas veces cruzamos palabra más allá de un escueto y cariñoso saludo, enmarcado en su sonrisa amplia y sincera, yo le comenté que íbamos a una peña con el Jano, en “García Reyes” un centro juvenil en que desarrollábamos nuestro trabajo político.
El niño espigado y deportista, con el cual deambulábamos por las calles de los cerros Mesilla y Santo Domingo, era más bien reservado y amable como su padre, pero en estas peñas empezó a manifestarse una personalidad mucho más extrovertida. En estas actividades político-culturales podíamos expresarnos libre y alegremente, cada uno asumía como una especie de obligación autoimpuesta desarrollar algún talento, el Jano intento muchas veces capturar la habilidad necesaria para tocar guitarra y cantar, era muy obstinado en su empeño, pero fue infructuoso. Por más talleres privados que le hiciéramos para que apareciera su veta artística, esta no apareció. Lo de él era la destreza física, a pesar de que paradójicamente, sufría de asma, como el Che.
Con el Che, tenía otra característica en común, la audacia. Y pronto se dio el escenario propicio en que el compañero “Azrael” mostraría sus talentos: las acciones audaces de las Unidades de Combate de la Jota. No había jotoso más audaz y temerario que “Azrael”, y así vertiginosamente escalo hasta incorporarse a otras estructuras operativas, ocupadas en acciones de mayor complejidad.
En febrero de 1986 en medio de un problema de seguridad, Azrael llego a mi casa, había escapado de la CNI desde una casa en la Av. Gran Bretaña que estaba tomada por los “chanchos”, en la que casi ingreso.
Conversamos y decidimos que lo mejor es que él se fuera, le entregué mi arma y me despedí. Fue la última vez que lo ví. Días después la CNI copo el Cerro Mesilla y caí detenido junto al hermano del Zuki. Mientras el vehículo de la CNI, se acercaba al cuartel de Álvarez en Viña del Mar, solo me preocupaba que el Jano no hubiera sido capturado. La única “ventaja” que teníamos era que no participábamos de la misma orgánica. Durante mi detención los chanchos no hicieron referencia a Azrael, eso a pesar de la situación era reconfortante para mí. Creo que estuve como una semana en el cuartel de la CNI, y recuerdo principalmente el discurso insidioso de los agentes sobre como los “viejos” del partido nos utilizaban como tontos útiles, como carne de cañón, y me decía para mis adentros… ¡que imbéciles! Creer que mis amigos: los jóvenes más valientes, sensibles e inteligentes que algún hogar pudiese cobijar, creer que estos muchachos rebeldes, irreverentes y audaces no tienen una convicción propia, abonada por las propias vivencias de injusticia y dolor, cimentada por la solidaridad y fraternidad que nos enseñaron nuestras propias familias.
En septiembre de 1986 salí de la cárcel de Valparaíso, un año después me enteré del secuestro del Jano… a pesar de la pena que a veces me embarga, recuerdo esos densos y breves años en que cada pequeña gesta se coronaba siempre con la esperanza de que derrocaríamos la dictadura, a pesar del dolor por la pérdida de una compañera o compañero, a pesar de no tener el consuelo de un lugar para rendirles homenaje, aun así no nos derrotaron porque en el infinito espacio de nuestras mentes Azrael se asoma para ayudarnos a superar las barreras, como él lo hacía a pesar de la carencia de medios, a pesar del asma, solo bastan la decisión y la audacia.
Mi vecino Jano, el niño amable y solidario, negado para la guitarra y el canto, el compañero Azrael, el joven comunista más temerario y audaz que conocí, reaparece cada día en lo mejor de nuestros niñas y niños, y en nosotros mismos cuando emulamos su ejemplar vida.