Memorial a las y los Jóvenes de los 80's

Nada ni nadie está olvidado

Nelson «Zuki» Garrido

…conocí al Zuki el 83, en una visita que hice a Valparaíso. Era la pareja de Kelly, quien nos recibía a Andrea y a mi en su casa de Playa Ancha. Mi compañera Santiaguina estudiaba en el Pedagógico de Playa Ancha. El primer encuentro fue algo distante. Al año siguiente fui yo el que partió al puerto a estudiar en la Católica, a partir de ahí y por 3 años no nos separamos. El Nelson era del Puerto, del cerro Toro si no me equivoco, criado con otros pelusones como el Jaime, en las poblaciones de más arriba del Camino Cintura. Su familia estaba formada por su madre y una hermana, de la cual se estaba despegando, aprovechando a intensa vida universitaria que se vivía en esa época en el puerto.

Tan amigos nos hicimos que, luego de una breve estadía en una pensión, arrendamos una casa como a 200 metros de la UPLA, junto con el Félix. Ya ni recuerdo cuanto costaba el arriendo, pero entre los 3 pagamos durante un año, solo para tener un techo para pasar la noche porque para más no alcanzaba. Me tocó poner casi todo el mobiliario (rescatado de alguna bodega familiar), una cama, una mesa y una cómoda. En la casa no había nada más. Allí hablábamos hasta la madrugada, de la lucha y de la vida. Eran tiempos intensos. La primera toma de la Católica, más bien encerrona, pues la UCV estaba rodeada de pacos, fue en los primeros días de marzo del 84. Al primer mes de clases, ya funcionaba la base de la Jota de Historia, compuesta de 3 militantes (a los 6 meses éramos 10), cuchareos en el casino, todos los días, protestas nacionales en las que la Católica y la UPLA son el centro neurálgico en el día, para en la noche seguir con la pelea en los cerros. En cada una de estas actividades estuve con el Nelson. Cuando caía la noche, caminábamos hacia la casa en Playa Ancha, en la subida Carampangue parábamos para comer media pescada, con un vaso de vino blanco que costaba 70 pesos, una delicia para estos “combatientes” hambrientos y cansados, luego la conversa hasta la madrugada.

Nos hicimos muy amigos, discutimos muchas veces y nos dejamos de hablar otras tantas. Compartimos amistades y cariños. El Zuki era o al menos, se creía guapetón y efectivamente, pese a su nariz a lo Cyrano, tenía gran aceptación entre las compañeras. No sé si, antes de terminar con la Kelly (que me disculpe la Kelly si la cago) o después, persiguió a la Marivi hasta que se emparejaron. Memorable es una pelea que tuvimos en Quintero, en una jornada política de los comunistas de la UCV.

Usaba siempre la misma ropa, bototos, bluyines, casaca de cotelé con chiporro, era más bien bajo, usaba el pelo largo. De muy buen humor, le gustaba bromear, lo conocía todo el puerto, en especial los pacos. Creo que nunca lo conocí por completo. Una vez me llevó a su casa y conocí a su mamá y a su hermana. Nuestra amistad se desarrollo en el Plan de Valparaíso, en la calle, con las barricadas y las piedras, en las noches en las tomas de la U. Militamos juntos, pero no era de reuniones.

A él le debo conocer Valparaíso, sus escaleras y recovecos. Las picadas para el almuerzo, cuando ya no quedaba quien compartiera la beca, por ejemplo “El Triunfo” o las primeras chorrillanas en “El Escorial”, en la calle Freire. Caminamos por casi todas las escaleras, para llegar a la casa del ciego que tenía 3 puertas, todas a calles diferentes. Cuando queríamos descansar, nos íbamos a Viña a la casa de la Mariela y la Marivi, en la calle Valparaíso, donde la once era abundante. Creo que, sin él, la vida en Valparaíso habría sido muy fome. Nos separamos a fines del 86. Se acabó mi tiempo en Valparaíso y el suyo siguió en Filosofía en la UCV. A la distancia supe de él más de una vez, pero no lo volvía a ver hasta los primeros días del 88. No sé si por azar o por permitirme disfrutar una última vez de sus tallas y su amistad, nos encontramos en la calle, semanas antes de su muerte. De esta me enteré, leyendo un diario en la mañana del 1° de febrero del 88, a la bajada del tren.

Tengo mi teoría sobre las circunstancias que lo llevaron aquella noche a Villa portales. Mi amigo era de los que cumplía lo que prometía y su empeño, por lo que creía, lo llevó a dar su vida por la de todos. Su corazón mandaba muchas veces, haciéndolo más querible, por esta razón, su pérdida es difícil de aceptar. Nelson está entre los que lo hicieron todo por ganarse el cielo por asalto. A él y muchos más, le debemos parte de nuestras vidas. Cuando los sueños no han terminado de cumplirse, seguimos caminando en la misma vereda, aunque nos falta Nelson y su alegría. Su recuerdo sigue en nuestros corazones.